Es probable que pasados los 50 años nuestra capacidad auditiva empiece a disminuir. No es una regla, pero cada vez se conocen más casos, como consecuencia de la contaminación sonora y de diversos hábitos personales que lesionan al sistema auditivo. Estos hábitos van desde una errónea forma de limpieza hasta el uso inadecuado de audífonos, o la exposición excesiva a ruidos dañinos por razones laborales.

Perder el sentido del oído es algo que no nos gusta reconocer, o que nos cuesta trabajo aceptar. La pena, la culpa, la vergüenza, son emociones que nos limitan para pedir ayuda, sobre todo al inicio, cuando comenzamos a notar los primeros síntomas. Y, peor aún: cuando se trata de usar algún dispositivo. Lo cierto es que dejar de escuchar, o hacerlo de manera deficiente, nos puede conducir al aislamiento, puede limitarnos en la socialización o afectar la forma en que nos integramos en las conversaciones; puede, incluso, desembocar en una soledad no deseada.

Vivir en soledad, aislados, nos complica más la vida: puede provocarnos depresión, avanzar el deterioro cognitivo, y algunos estudios afirman que, incluso, puede ser un factor de riesgo para padecer algún tipo de demencia. En fin, atendamos los primeros síntomas que nos avisan que nuestro oído requiere de atención.  La pérdida de nuestra capacidad auditiva puede ser una consecuencia del envejecimiento, cierto, pero nadie dice que así tenemos que quedarnos. Hay muchas opciones de atención que pueden mejorar la calidad de vida de los pacientes, sobre todo si se atienden a tiempo.

 

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