“Una persona que no se alimenta de sus sueños, envejece pronto”, decía el poeta y dramaturgo inglés William Shakespeare. Y para lograr los sueños, a veces tenemos que cambiar: cambiar hábitos dañinos; cambiar la idea de fracaso por la de éxito; cambiar el miedo por confianza… cambiar es la constante. ¡Y qué difícil es cambiar! La sola mención de esa palabra aterra a varias personas, sobre todo a aquellas que se asumen como un producto terminado. Pero si algo es constante en la vida, es el cambio.
Por ejemplo: existen personas mayores que se niegan a modificar sus hábitos alimenticios a pesar de que les hacen daño, porque “yo siempre he comido así”; o que se niegan a aprender temas tecnológicos, porque “eso no es para mí, yo soy de otra generación”. En el fondo lo que hay es desconocimiento y temor, además de la poca voluntad para aceptar que todo evoluciona: la ciencia, las ciudades, las personas… ¡el mundo! Las personas mayores tenemos que hacer un esfuerzo para aceptar el cambio, para entender la importancia de seguir aprendiendo, descubriendo y, claro, disfrutando.
En la pandemia la tecnología ayudó a sacarnos del aislamiento y la ciencia creó a gran velocidad la vacuna para controlarla. Si nada hubiera cambiado, seguramente ya no estaríamos aquí.
Cambiar para mejorar; cambiar para crecer; cambiar para aprender; para tener una vejez con mayor calidad de vida. Hay otra palabra igual de importante: adaptación. ¿Con cuál se queda para continuar?
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