El envejecimiento de la población trae, al lenguaje cotidiano, algunas palabras que no nos eran tan familiares. Hoy escuchamos con más frecuencia la palabra edadismo, que quiere decir “discriminación a una persona por razones de edad”. O viejismo: “discriminación de una persona por ser vieja”.  Por su parte, disminuye cada vez más el uso de la expresión “tercera edad” y se ha sustituido por personas adultas mayores.

El lenguaje es dinámico: cambia, se transforma, y el envejecimiento mundial ha llevado a reconsiderar muchos términos. “Demencia senil”, tan popular el siglo pasado, es un término que se usaba para descalificar a una persona y acusarla de tener demencia sólo por el hecho de ser vieja.  Hoy existen otras clasificaciones. Otra palabra: pedagogía, que describe la forma de educar al sector infantil, no se usa para referirse a la persona mayor, la nueva palabra es geragogía.

Utilizar el término “abuelo” o “abuela” para referirse a una persona mayor habla de una mala generalización, porque no todas las personas viejas tuvieron hijos o hijas. Por lo tanto, no tendrán nietas ni nietos. Alguna vez, siendo muy pequeña, le dije a mi abuela: “oiga, abuelita, ¿ya vio la cara de esa viejita? Está muy arrugada”. A lo que ella respondió: “mira, niña, no se le dice viejita, se le dice mujer grande y, además, se le deja el lugar”. Es que veníamos en el camión…

Nuestro idioma es muy rico, y el buen uso de las palabras no describe a quien señala, sino a quien las usa.

 

 

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