El cafecito
“Yo no quiero dar molestias” y acaba uno en urgencias en algún hospital. “Es que yo no quiero molestar a nadie” y se padece una enfermedad en profunda soledad, un accidente, o mucho tiempo en un trámite que podría llevar menos si usted hubiera permitido que alguien le ayudara.
“Es que yo no quiero dar lata”, en esa expresión existe la gran responsabilidad de resolver hasta donde nos sea posible nuestros asuntos, pero también puede ocultar una gran soberbia. La soberbia de no pedir ayuda, de no mostrarme débil o necesitar alguna orientación. Tenemos que ser responsables de nuestra salud y de nuestra economía, pero en ese falso afán de no dar molestias, complicamos todo.
Nuestra autoestima también se manifiesta en estos casos: no merezco. No merezco ayuda, no merezco estar bien, y así normalizamos el automaltrato y algo más complejo: la victimización. Claro, hay ideas instaladas previamente en nuestra cabeza por la cultura viejista que insiste en que la vejez es el bote de la basura, pero nosotras, las personas adultas mayores, tenemos que aprender a mirarnos de forma más generosa. Merecemos estar bien, merecemos recibir ayuda, merecemos buentrato. No se le olvide, a las personas que decimos querer, no les gusta vernos sufrir, ni estar mal, así que… aprendamos a pedir y a recibir ayuda. ¡No es tan difícil!
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