Una de las prácticas más recomendables para personas adultas mayores es el yoga o, como algunos especialistas la nombran, la yoga. Este tipo de ejercicio se vincula desde sus milenarios orígenes en la India con la práctica de la meditación profunda. De hecho, parece que “las primeras pruebas arqueológicas de la práctica del yoga se remontan a la civilización que floreció en el Valle del Indo, donde se encontraron varios sellos de piedra que muestran figuras en posturas yóguicas y de meditación, que datan aproximadamente del año 3000 antes de la era común”[1].
Si bien siempre es conveniente pedir asesoría personalizada respecto al ejercicio que se desee practicar –para que sea adaptado por profesionales en medicina geriátrica o en rehabilitación física, y sean adecuados a cada paciente según su expediente clínico–, hacer yoga puede ser muy accesible y fácil para personas de todas las edades. A las personas adultas mayores se le recomienda por “su impacto positivo en el proceso de envejecimiento. Sus beneficios físicos y psicológicos ayudarán a prevenir o aminorar padecimientos […] por lo que es recomendable su práctica regular”[2]. Las cualidades específicas del yoga para las personas adultas mayores son: mejorar la flexibilidad, el equilibrio, la respiración consciente, los ciclos de sueño, el ánimo, la memoria y el fortalecimiento de los músculos[3]. De acuerdo con la misma fuente, el yoga es también “conveniente para personas que padecen artritis, diferentes tipos de cáncer, ansiedad, depresión, la enfermedad de Parkinson, entre muchos otros padecimientos, ya que funciona muy bien como parte de un tratamiento integral”[4].
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Isabel Díaz Acosta
Instructora de yoga
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[1] https://bit.ly/3Xiv8gH
[2] https://bit.ly/3ARh4TT
[3] Ibid.
[4] Idem.
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